por Carlos Fuentes
Desembarcó en el tango desde el rock urbano en una suerte de evolución natural hacia las músicas nutritivas ancladas con pie en tierra. Y su motor de hiel y gasóleo ha ayudado a exorcizar el género que Borges definió como “un sentimiento triste que se baila”. Su última criatura explora paisajes desolados, reivindica la dignidad del perdedor y busca vetas nuevas para la milonga futura.
A Daniel Melingo la fuerza de inercia lo arrimó a un costado del tango. Ocurrió hace ahora tres lustros cuando este músico argentino de largo recorrido enfrentó la banda sonora del arrabal porteño como nuevo vehículo transmisor de su lengua afilada. Corazón y Hueso (World Village-Harmonia Mundi, 2011) apuntala la huida hacia delante de un artista criado en el rock urbano en español. “Llevo más de treinta años de carrera y ya he pasado por diferentes géneros, pero lo mío siempre fue la inquietud. Hace diez años que tengo una mirada hacia mis músicas cercanas, pero no me considero músico de rock ni de tango. Soy un músico en expansión que intenta empapar en otros géneros. Un músico en ejercicio que utiliza su experiencia en sus trabajos, no para dar consejos”.
Daniel Melingo (Parque Patricio, Buenos Aires, 1957) atesora un currículo de estima. Con una formación híbrida entre lo clásico y lo popular, arrancó primero como miembro de la banda del brasileño Milton Nascimento. Luego, ya en los ochenta, integró Los Abuelos de la Nada, la locura deliciosa de aquel pionero efervescente que fue Miguel Ángel Peralta, y a mitad de esa década se unió al grupo de Charly García. “Aquel rock contaba lo que dejó de contar el tango. Porque la nostalgia y la melancolía no tienen época, son atemporales. Sin quererlo ahora estamos reflejando una determinada época con una mirada vintage, pero tal vez no nos damos cuenta de que estamos reflejando nuestra época”, explica Melingo. “En los ochenta queríamos hacer música mirando hacia los cincuenta y los sesenta, pero si la escuchamos hoy vemos que tiene características de los ochenta pese a que quiso parecerse a los sesenta. Es inevitable esa marca que damos en el instante que hacemos música. Siempre va a haber un detalle estético que va a determinar la época en que se ha hecho, más allá de donde se vaya la mirada”.
En tal suerte de ruta sin brújula, con estadías posteriores en Los Twist y luego, viviendo en Madrid, Lions In Love, Daniel Melingo ha encadenado cinco discos sustanciales –antes publicó Santa Milonga (2004) y Maldito Tango (2007) y algo atrás Tangos Bajos (1998) y Ufa (2003)– para entender a carta cabal la evolución última del tango urbano. Del usufructo del tango como gran área de pruebas junto a su banda, Los Ramones del Tango. “En mi familia la música popular siempre fue el tango, era gente de barrio, bailarines, milongueros… Transcurrí por diferentes etapas en el rock y la música electrónica, que fue lo que en los ochenta y los noventa me llamaba la atención. Pude ir madurando, acumulé conocimiento y experiencia, no solo en música popular y rock, también en música tradicional argentina. Ya son quince años de tango, una música que como nos ocurrió con el rock fue bastante cercenada en la época de la dictadura. Ellos se encargaron de tratar de desaparecer todo lo que fuera música popular”.
¿Un ex rockero como exorcista del tango? “La dictadura hay que exorcizarla en todos los géneros. El tango tiene más de cien años, ha ido evolucionando, van surgiendo estilos nuevos y el tango se va enriqueciendo. El exorcismo de los militares es inevitable porque la dictadura fue un gran agujero negro que se encargó de desaparecer todas las músicas populares. Hacer ese exorcismo ha sido un trabajo largo, arduo y duro. Cada músico ha ido haciendo un trabajo antropológico, como en el rock, que siempre tuvo muchos avatares. No fue fácil”.
¿Y qué encuentra un músico urbano en el tango? “Infinidad de cosas. Ahondar el tango es entrar en su mundo interior. Y mi expansión musical viene de una fusión; a partir del tango y del rock, intento escribir mi música, mis canciones”. Aunque impera la visión de lo tradicional como algo totémico, como un bloque rígido… “Exacto. Pero en sus inicios, el tango se nutrió de diferentes géneros. Hoy yo no sé si estoy intentando seguir la corriente en sentido inverso, digamos que seguir la corriente que se hizo al comienzo del tango. Porque el tango fue un sonido nacido de la emigración. En el tango están la tarantela, el pasodoble, la milonga y la habanera. Y no hago oídos sordos a esas músicas para intentar, como argentino, cocinar y lograr su alquimia con el rock, la música cubana o el flamenco. Son elementos que siempre van nutriendo al escritor de canciones”.
En clave visual, Melingo ya puso música al proyecto Diaporamas, de Alberto García-Alix, y debuta con papel protagonista en cine con Una noche sin luna, primer largo del uruguayo Germán Tejeira. El rodaje comienza este mes. Es el título de una de sus canciones, y él escribirá la música junto a Liliana Herrero y Jaime Torres. Banda sonora para un músico preso. “Sí, un músico que lleva nueve años preso y obtiene permiso para tocar por el Fin de Año en un pueblito perdido en el interior de Uruguay. Todo ocurre esa noche de permiso, la noche de final de año”. Tango bizarro para el nuevo cine latino. ¿Otra revancha del tango como reflejo del alma negra de América? “Hay mucho mito con la palabra tango, pero tiene una raíz africana evidente. Y por extensión, en todo nuestro pueblo latinoamericano existe una raíz africana que sabemos de dónde viene. Y negar esas raíces es renegar de nuestra historia, pero hay una incidencia política en quien escribe la historia. Y ahora ya nos toca escribirla a nosotros”.
Publicado en la revista Rockdelux en diciembre de 2012
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