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El bizarro tango centrífugo del argentino Daniel Melingo

19 Abr

Melingo 3

por Carlos Fuentes

Desembarcó en el tango desde el rock urbano en una suerte de evolución natural hacia las músicas nutritivas ancladas con pie en tierra. Y su motor de hiel y gasóleo ha ayudado a exorcizar el género que Borges definió como “un sentimiento triste que se baila”. Su última criatura explora paisajes desolados, reivindica la dignidad del perdedor y busca vetas nuevas para la milonga futura.

A Daniel Melingo la fuerza de inercia lo arrimó a un costado del tango. Ocurrió hace ahora tres lustros cuando este músico argentino de largo recorrido enfrentó la banda sonora del arrabal porteño como nuevo vehículo transmisor de su lengua afilada. Corazón y Hueso (World Village-Harmonia Mundi, 2011) apuntala la huida hacia delante de un artista criado en el rock urbano en español. “Llevo más de treinta años de carrera y ya he pasado por diferentes géneros, pero lo mío siempre fue la inquietud. Hace diez años que tengo una mirada hacia mis músicas cercanas, pero no me considero músico de rock ni de tango. Soy un músico en expansión que intenta empapar en otros géneros. Un músico en ejercicio que utiliza su experiencia en sus trabajos, no para dar consejos”.

DanielMelingoDaniel Melingo (Parque Patricio, Buenos Aires, 1957) atesora un currículo de estima. Con una formación híbrida entre lo clásico y lo popular, arrancó primero como miembro de la banda del brasileño Milton Nascimento. Luego, ya en los ochenta, integró Los Abuelos de la Nada, la locura deliciosa de aquel pionero efervescente que fue Miguel Ángel Peralta, y a mitad de esa década se unió al grupo de Charly García. “Aquel rock contaba lo que dejó de contar el tango. Porque la nostalgia y la melancolía no tienen época, son atemporales. Sin quererlo ahora estamos reflejando una determinada época con una mirada vintage, pero tal vez no nos damos cuenta de que estamos reflejando nuestra época”, explica Melingo. “En los ochenta queríamos hacer música mirando hacia los cincuenta y los sesenta, pero si la escuchamos hoy vemos que tiene características de los ochenta pese a que quiso parecerse a los sesenta. Es inevitable esa marca que damos en el instante que hacemos música. Siempre va a haber un detalle estético que va a determinar la época en que se ha hecho, más allá de donde se vaya la mirada”.

En tal suerte de ruta sin brújula, con estadías posteriores en Los Twist y luego, viviendo en Madrid, Lions In Love, Daniel Melingo ha encadenado cinco discos sustanciales –antes publicó Santa Milonga (2004) y Maldito Tango (2007) y algo atrás Tangos Bajos (1998) y Ufa (2003)– para entender a carta cabal la evolución última del tango urbano. Del usufructo del tango como gran área de pruebas junto a su banda, Los Ramones del Tango. “En mi familia la música popular siempre fue el tango, era gente de barrio, bailarines, milongueros… Transcurrí por diferentes etapas en el rock y la música electrónica, que fue lo que en los ochenta y los noventa me llamaba la atención. Pude ir madurando, acumulé conocimiento y experiencia, no solo en música popular y rock, también en música tradicional argentina. Ya son quince años de tango, una música que como nos ocurrió con el rock fue bastante cercenada en la época de la dictadura. Ellos se encargaron de tratar de desaparecer todo lo que fuera música popular”.

¿Un ex rockero como exorcista del tango? “La dictadura hay que exorcizarla en todos los géneros. El tango tiene más de cien años, ha ido evolucionando, van surgiendo estilos nuevos y el tango se va enriqueciendo. El exorcismo de los militares es inevitable porque la dictadura fue un gran agujero negro que se encargó de desaparecer todas las músicas populares. Hacer ese exorcismo ha sido un trabajo largo, arduo y duro. Cada músico ha ido haciendo un trabajo antropológico, como en el rock, que siempre tuvo muchos avatares. No fue fácil”.

Melingo 2

¿Y qué encuentra un músico urbano en el tango? “Infinidad de cosas. Ahondar el tango es entrar en su mundo interior. Y mi expansión musical viene de una fusión; a partir del tango y del rock, intento escribir mi música, mis canciones”. Aunque impera la visión de lo tradicional como algo totémico, como un bloque rígido… “Exacto. Pero en sus inicios, el tango se nutrió de diferentes géneros. Hoy yo no sé si estoy intentando seguir la corriente en sentido inverso, digamos que seguir la corriente que se hizo al comienzo del tango. Porque el tango fue un sonido nacido de la emigración. En el tango están la tarantela, el pasodoble, la milonga y la habanera. Y no hago oídos sordos a esas músicas para intentar, como argentino, cocinar y lograr su alquimia con el rock, la música cubana o el flamenco. Son elementos que siempre van nutriendo al escritor de canciones”.

En clave visual, Melingo ya puso música al proyecto Diaporamas, de Alberto García-Alix, y debuta con papel protagonista en cine con Una noche sin luna, primer largo del uruguayo Germán Tejeira. El rodaje comienza este mes. Es el título de una de sus canciones, y él escribirá la música junto a Liliana Herrero y Jaime Torres. Banda sonora para un músico preso. “Sí, un músico que lleva nueve años preso y obtiene permiso para tocar por el Fin de Año en un pueblito perdido en el interior de Uruguay. Todo ocurre esa noche de permiso, la noche de final de año”. Tango bizarro para el nuevo cine latino. ¿Otra revancha del tango como reflejo del alma negra de América? “Hay mucho mito con la palabra tango, pero tiene una raíz africana evidente. Y por extensión, en todo nuestro pueblo latinoamericano existe una raíz africana que sabemos de dónde viene. Y negar esas raíces es renegar de nuestra historia, pero hay una incidencia política en quien escribe la historia. Y ahora ya nos toca escribirla a nosotros”.

Publicado en la revista Rockdelux en diciembre de 2012

El brasileño caníbal que canta a las orquídeas

26 Abr

LENINE

Por Carlos Fuentes

Un pacto familiar le dio nombre de revolución y Lenine (Recife, 1959) reivindica esta raíz con una obra musical híbrida que transita entre la tradición brasileña, el rock nutritivo y los nuevos recursos electrónicos. Su décimo disco, Chão, gira hacia las raíces básicas de la canción con un repertorio acústico elaborado en ausencia total de percusión. Músico caníbal aficionado al cultivo de orquídeas (“son el mapa de mi vida, hay flores de cada lugar que visito, es un mapa vegetal a través de mi vida”), el brasileño Osvaldo Lenine Macedo regresa con el décimo capítulo sonoro de una trayectoria versátil como pocas hay en Brasil.

Chão (suelo, en portugués) es una suerte de retorno a la esencia. “La fuerza visual del cine y la television se ha apropiado de la música, pero el sonido es la esencia de toda música”, explica Lenine en conversación telefónica desde su domicilio en Río de Janeiro. “He prescindido de todo tipo de percusión, incluso de las baterías, para intentar plasmar los sonidos de lo cotidiano. Con el disco nuevo quiero proponer una experiencia sensorial diferente, algo distinto frente al momento actual de prisa y ruido”, abunda este músico de largo recorrido.

Rebosante de sonidos incidentales, desde el canto de las cigarras (Malvadeza), una motosierra que tumba un árbol (Envergo más não quebro) o una tetera con agua hirviendo (Uma cançõ é só), Chão aspira a convertirse en la fotografía de un instante de serenidad. Ahora que Lenine disfruta como abuelo y se retrata con su nieto para la tapa del nuevo disco. “Siempre trato de hacer un trabajo que refleje lo que tengo cerca, plasmar un reportaje del momento que está delante”, abunda el autor de canciones para Milton Nascimento, Maria Bethânia y Living Colour, productor y ganador de cinco premios Grammy. “Chão suena como cada paso que damos al andar, un camino a transitar por todo lo que tenemos cerca: es mi instantánea del paso del tiempo, de la necesidad que tenemos como seres humanos para fijarnos en lo esencial, en lo importante”.

Y Chão es, al tiempo, otra prueba del sonido global del nuevo Brasil. “Es lógico ver a Brasil como país pionero en lo que denominas música globalizada y tiene una explicación: Brasil es producto de muchas influencias, de aportaciones que han llegado de culturas distintas, de árabes, japoneses, alemanes o españoles. Hay mucho común con Argentina, Uruguay, Chile… por más que el Tratado de Tordesillas se empeñara en separarnos durante demasiado tiempo. Aunque si soy honesto debo reconocer que el brasileño promedio no conoce bien esta realidad multicultural del país”, señala Lenine, quien reivindica el poder del rock nacional como fuente primera de influencias. “Con Argentina, por ejemplo, siempre he tenido una gran conexión. Me gusta el aprecio del argentino por el rock, que fue mi campo inicial de formación musical. Siempre gustó la cultura argentina, mejor dicho, la cultura pampera que incluye a Uruguay. Siempre he defendido la idea de tocar, de hacer música, con muchos de mis hermanos latinos y potenciar el lenguaje común”, señala el compositor pernambucano.

Ante el nuevo rol político y económico de Sudamérica, Lenine rompe una lanza por lo panamericano. “Hasta hace no mucho tiempo éramos llamados Tercer Mundo, sin razón de ser. No es una idea coherente: tras el Sol están Mercurio, Venus y la Tierra, todos somos Tercer Mundo”, indica el músico. “Este buen momento nos permite tener conciencia de lo que somos y de hacia dónde podemos ir juntos”. Y cita al seminal dramaturgo Nelson Rodrigues. “Él dijo que los latinoamericanos padecíamos un síndrome de estima, como si fuéramos perros de calle de los que no se conoce su raza porque son mezcla de muchas razas”, explica Lenine, “pero los latinos debemos exorcizar ese pensamiento, esa carga que nos impide progresar. Y tenemos que ser capaces de mejorar nuestras condiciones de vida, para disfrutar de un futuro que ya está aquí”.