«De Cuba salí hace 41 años y no creo que vuelva, el sistema no me gusta. Volveré si acaba y no he muerto». Asunto complejo hablar de La Habana en la distancia, un tema que el veterano pianista Bebo Valdés (Quivicán, La Habana, 9 de octubre de 1918) no esquiva. Compositor y arreglista esencial del jazz latino, que su generación en la capital de Cuba llamó afrocuban jazz, Bebo Valdés lideró durante diez años la legendaria orquesta del habanero club Tropicana. Contemporáneo de Arsenio Rodríguez, Benny Moré, Nat King Cole, Machito y Mario Bauzá, tres años después de salir de Cuba para no volver jamás fue reclutado por una orquesta de ocasión para actuar en salas de fiestas del norte de Europa. Allí se enamoró durante una gira en Suecia y en un hotel de Estocolmo terminó por aparcar la música hasta que Paquito D’Rivera lo rescató con el antológico Bebo rides again, grabado en apenas tres tardes en Alemania. Esta es la historia de Dionisio Ramón Emilio Valdés Amaro, un músico de mayúsculas.
«El 26 de octubre de 1960 salí para México junto a mi amigo el cantante Rolando Laserie y su esposa. Después de mucho trabajo logramos visas para México y salida cinco días antes. Allí entramos en un grupo lindo, Terraza Casino, y tuvimos un éxito rotundo. Entonces el jefe de Hispavox-México me pidió unos arreglos, así que fui arreglista y director del conjunto hasta que el 17 de abril de 1961 se produjo la invasión [de Bahía Cochinos] y tuve que salir para California».
Y ahí entra la política en sus ideas de componer música…
«Con la invasión, un periodista me preguntó qué pensaba de Cuba. Y le digo lo mismo a usted: todos los cubanos tenemos dos constituciones, las de 1902 y 1940. Ahora no hay Constitución, las cosas no son como antes. En el poder hay un gobierno que se dice revolucionario, pero yo no estoy de acuerdo. Y dije: si ellos triunfaron con una revolución, pueden perder con otra revolución. Cayó como una bomba y me tuve que ir a California».
¿Dejó de hacer música?
«No. Después coincidí con Lucho Gatica, y me citó en Nueva York. Pero vine a España a hacer los arreglos de un festival musical en 1962. Más tarde Lucho me vio paseando en una calle de Madrid y gritó ¡Bebo, me caíste del cielo! Había perdido a su pianista, a quien yo conocía porque años antes en Cuba me había sacado una novia. Y comenzamos a tocar juntos… pero Lucho Gatica se fue al Palladium y eso me dio chance para actuar en Europa. Llegué a Suecia y en junio de 1963 conocí a la mujer que desde 39 años es mi esposa».
Y uno de los grandes del jazz latino ya sólo actúa en hoteles…
«No diría de los grandes, sí de los primeros. En verdad no se llamaba jazz latino. Nací con el son, me crie con el son y el danzón. Fui cantante y también tocador de maracas, luego comencé a estudiar piano y entré en el conservatorio. Pero ya me gustaba mucho el jazz, su riqueza de armonías. Por aquellos años en Cuba cuando un músico se graduaba tenía la vida asegurada en un cabaret, y eso fue lo que yo hice pero liándolo con música cubana en aquellas primeras jam sessions. Eran descargas con amigos como Peruchín, Gustavo Más, [Luis] Escalante, el Negro Vivar, [Guillermo] Barretico y otros más… lo llamábamos afrocuban jazz».
A finales de los años cuarenta aparece Dizzy Gillespie en La Habana…
«En 1947 trajo Manteca con Chano Pozo, Dámaso Pérez Prado llegó al año siguiente con su tremendo triunfo ¡Qué rico el mambo! Él fue quien internacionalizó el mambo, que ya existía desde 1937 por la desintegración de la tercera parte del danzón. Es de una creación de Israel ‘Cachao’ López. Tenían seis instrumentos y en el último trío [del danzón], que llamaban montuno, se individualizó. Nunca se había tocado así, con un cierre y cinco pases, porque las músicas cubanas no tenían sino contratiempo. Desde el año 1939 Arsenio [Rodríguez] había metido la tumbadora y dos trompetas para hacer su Mambo infierno. Todo eso lo culminó Pérez Prado con su enorme éxito mundial, pero en realidad los que inventaron el mambo fueron Cachao y Arsenio».
En España ocurre algo similar con Xavier Cugat, a quien todavía hoy se desprecia…
«Conocí a Cugat cuando se casó con Rita Montaner, era violinista del Teatro Nacional. Como Albéniz, vivió años en Cuba pero su éxito en América se debe a La Habana. No pasaban orquestas españolas y se les entregó toda la colonia. Los mejores centros eran dos españoles, el gallego y el asturiano. Pero eran tan enemigos que cuando la Guerra Civil española se peleaban como si fueran nacionalistas y del otro lado… peleaban en la calle y la policía tuvo que poner orden. Vivían en La Habana y eran cubanos de doble nacionalidad, pero en ideas nunca estaban de acuerdo».
¿Ha hecho bien o mal la Revolución de 1959 a las músicas de Cuba?
«Las dos. Influye para bien porque salen buenos músicos, pero los mejores son de ayer: [Ernesto] Lecuona, el mejor sinfonista que ha dado Cub, [Alejandro] García Caturla y [Pedro] Sanjuán, maestro del que quise ser discípulo antes de que saliera para América. Después vinieron otras cosas con la frase revolucionaria ‘Queremos a un hombre nuevo’, así que técnicamente tenían que eliminar lo que existía. Y es lo que han hecho».
Entonces, ¿la Revolución eliminó el afro-cuban jazz?
‘No. Eliminó el vínculo entre una generación y otra, creó un abismo. Cuando me fui de Cuba no era de esa idea. Ahora bien, y voy a decir la verdad, abrió centros de estudio en el campo que no existían. Había corrupción, como la hay en el mundo entero, y que me perdonen, pero no he visto ningún lugar que no tenga corrupción. Si existe ese sitio, yo no lo conozco. ¿Lo conoce usted?».
No.
«Son cosas de la vida; aprendimos a vivir de nuestro sudor, a estudiar lo poco o mucho que teníamos y a crear una familia. Que el gobierno no mandara en las familias, que sean el padre y la madre quienes manden sobre los hijos. Pero [la Revolución cubana] es diferente, no digo que bueno o malo, pero sí muy diferente de lo que yo pienso».
¿Y qué opina de ese fenómeno revolucionario llamado ‘Buena Vista Social Club’?
«Me alegro de corazón porque a esos muchachos los conozco muy bien, somos contemporáneos. No lo han pasado bien, con necesidades… y que salgan al mundo para disfrutar de lo que no pudieron, es como si fuera yo. Los quiero mucho porque nos criamos juntos, en el mismo clan. Nunca tuvimos problemas: amigos o no amigos, pero nunca enemigos. Yo me alegro en el alma por todos ellos».
Algunos siguen viviendo en La Habana. ¿Se llevan bien?
«Cómo no. Guardo muy buenas relaciones con los músicos porque nunca hablamos de política. No sé si son o no son… somos amigos y hablamos de nuestras familias. Cuando nos encontramos somos nada más que cubanos y amigos».
Pero con ideas diferentes…
«Completamente. No sé si mi hijo Chucho [Valdés, fundador de Irakere] tiene mis ideas. Nunca toco ese punto porque tiene derecho a elegir. Soy cien por cien democrático. Dictaduras, ni de izquierdas ni de derechas. No las acepto».
Despiece Chucho
El renacimiento del arreglista más influyente de Cuba
Retirado en Suecia desde 1963, la música de Bebo Valdés renació con Paquito D’Rivera en el ecuador de la última década del siglo XX. Con él realizó un álbum fantástico. Bebo rides again (1995). «Lo hicimos todo en 36 horas, la composición y la grabación, porque él tenía un problema. Soy como un hermano de su padre, así que no lo dejé solo», recuerda el pianista. «Igual me ocurrió en San Francisco con mi hijo Chucho, cuando hicimos A 90 millas de Cuba. Me llamó por teléfono a las cinco de la mañana y me dijo: ‘Hace falta que pasado mañana estés aquí y que traigas dos arreglos nuevos; en el grupo somos tantos. Es para mí de vida o muerte, tienes que hacérmelo. Y claro que sí, lo hice. Cómo no lo voy a hacer si es mi hijo… donde cualquier familia o amigo me llamé, ahí estoy yo». Luego apareció Fernando Trueba con el documental y el disco Calle 54… «Ahora mismo es como si fuera un hermano, con él hago lo que sea si no me enfermo, porque ahora estoy bajo tratamiento», explica Bebo Valdés, «pero yo digo que con lo que sea, que sea. Lo mismo se muere uno en un avión que por cualquier cosa, porque morirse en una cama es muy triste. No me voy a quitar, yo tocaré piano hasta que muera».